Los seis capítulos de La política en el siglo XXI. Arte, mito o ciencia, de Jaime Durán Barba en colaboración con Santiago Nieto, se escurren en 141 ítems. La estructura de lo que sea que vayamos a leer postula el análisis fragmentado de los asuntos que aborda, además de registros de orígenes múltiples en los que conviven, por alusión o emulación, el ensayo de dureza intermedia, las estadísticas a la carta, el alarde parejo de ignorancia y conocimiento del que suele investirse la falsa modestia, el chisme y una pasión un poco descontrolada, y confesadamente idolátrica, por las buenas nuevas del futuro que ya llegó y también del que está por llegar.
Pero toda constelación conserva su núcleo aun en la turbulencia, y el corazón de este libro late al compás un poco maníaco del antiintelectualismo. Ya en el primer capítulo, en el que los autores se lanzan a refrescar con rachas de enciclopedismo la larga tradición de la ignorancia humana hasta el año 1500, saltan al cuello de “las ciencias sociales y los políticos precientíficos que suponen que lo importante es tener una ideología y un marco teórico correcto, aunque contradiga la realidad”. Ese es el fantasma mixto que van a descalificar con ansiedad en nombre del conocimiento más o menos infalible que se ilusionan con encarnar. Quién diría que los autores de la ciencia capaz de relevar las necesidades profundas de la política moderna no pudieron evitar que fuese la del prejuicio la sonda instalada en las escuelas enemigas, en las que vemos inventariadas algunas obras de autores clásicos de izquierda como Marx, Gramsci, Trotsky, Althusser (de quien en un pasaje “argumentan” que mató a la mujer) y “los cincuenta tomos de Lenin que nunca leímos, pero nos daban la seguridad de que habíamos conseguido la verdad”.
Durán Barba y Nieto extraen de los tomos de Lenin que no leyeron una maniobra teatral de conversión por desilusión, lo que nos señala el lugar de donde vienen: el infantoprogresismo que persiste lastimosamente en otros, pero que en ellos ha quedado muy atrás en el curso de una evolución recta hacia el futuro al que han llegado por muchos caminos, y siempre evitando el de la curiosidad filosófica. La orquestación tiene sentido porque la guerra santa que se postula librar es la de la lógica contra la doctrina, la de los científicos que admiten el equívoco contra los brujos infalibles, la de la campaña moderna contra los analistas arcaicos, la de las matemáticas contra la teología, la del conocimiento cuantificado y sistémico contra las teorías precopernicanas, etcétera.
Hay un efecto retráctil en La política en el siglo XXI que parece tentarse con aquello de lo que abomina. En primer lugar, porque a su pesar se trata de un libro doctrinario en el que los datos utilizados con fines argumentales no logran desembarazarse del todo de sus premisas de fe. El deseo de implantar un sistema de aspiraciones científicas no prescinde de dedicatorias rencorosas contra la cultura a la que se la tiene jurada.