Chimamanda Ngozi Adichie

Callate y escribí

Hace algunos años, en una de mis lecturas públicas en Lagos, un joven del público levantó la mano para hacerme una pregunta. La pregunta era: “¿Sos una escritora africana?”.

A primera vista, esta es una pregunta muy peculiar. Nací y me crié en Nigeria; escribí una novela sobre un momento crucial de la historia nigeriana. Hablo igbo, una de las lenguas indígenas de Nigeria. Tengo sólo un pasaporte, que es nigeriano, y, sin lugar a dudas, Nigeria queda en África. Y sin embargo me preguntaban si yo era una escritora africana. Por cierto, es una pregunta que me habían hecho varias veces antes, y siempre alguna persona también africana.

Pero antes de seguir con esta cuestión de la “escritora africana”, me gustaría hablar de la escritura en sí. Escribo desde que tenía edad para deletrear. No recuerdo una época en la que no me atrajeran las historias: leerlas, escribirlas, encontrarlas.

Tengo este recuerdo de la infancia: iba sentada en el asiento trasero del auto de mi madre, mirando por la ventanilla, y de repente sentí una puntada de melancolía, una especie de apagada pena, porque lo que veía por la ventanilla a medida que avanzábamos eran historias, muchas historias que esperaban para ser contadas, y yo sabía que no sería capaz de contarlas todas.

Cuando mi escritura va bien, me da algo que me gusta describir como placer desmesurado. Y cuando no va bien, es la mayor fuente de ansiedad y depresión. Dado que está tan arraigada en los márgenes emocionales de mi vida y resulta fundamental para mi propio sentido de la identidad, mi escritura es un acto profundamente privado. Si no tuviera la buena suerte que tengo hoy de ser publicada y leída –y de haber sido honrada con el Premio PEN Pinter– estaría en algún lugar, sería desconocida, no tendría lectores, pero estaría escribiendo.

Y, sin embargo, es demasiado simple declarar que escribir es un acto privado y punto. Si fuera así, yo escribiría un diario y lo guardaría en un cajón. Escribo porque tengo que hacerlo. También escribo porque quiero y espero ser leída. Y así, un público –o la posibilidad de un público– lleva la escritura de un espacio privado a uno público.

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